¿Puede ganar Javier Milei en Argentina?

Andrés MalamudAndrés Malamud
¿Puede ganar Javier Milei en Argentina?

Sí. Siguiente pregunta.
    La democracia es un sistema que combina certidumbre en los procedimientos con incertidumbre en los resultados. Sabemos que el próximo presidente argentino será electo en octubre, o a más tardar en el balotaje de noviembre, mediante el voto popular. Pero no sabemos quién será, aunque las primarias de agosto dejaron a Milei en pole position.
Pese a que tres fuerzas configuraron un triple empate, el candidato anarcocapitalista fue el más votado individualmente. El líder del oficialismo peronista, Sergio Massa, y la representante de la oposición tradicional, Patricia Bullrich, debieron superar a contrincantes internos y dejaron algo de piel en el camino. El momentum pertenece a Milei, aunque faltan dos meses y el futuro está abierto.
 

¿Quién lo votó?
En Argentina, la sociología siempre explicó el voto mejor que la ideología. Estudios que se realizan desde la transición democrática muestran que la mitad de los ciudadanos es incapaz de localizarse en el espectro derecha-izquierda, y tampoco logra ubicar a los partidos en ese eje. Con excepción de la minúscula izquierda trotskista y de la nueva derecha libertaria, también los partidos son reluctantes a usar esas etiquetas. Ambas se usan como insultos, nunca como autoidentificación. Los eufemismos adjudicados a uno mismo son “progresista” o “de centro”.

La sociología explicaba mejor. A más pobreza, más voto peronista; a mayor nivel económico-social, menos voto peronista. El voto no-peronista, que se concentraba alrededor de la Unión Cívica Radical, pasó a agruparse desde 2015 en torno a la alianza Cambiemos, liderada por Mauricio Macri. La novedad que introduce hoy el voto a Milei es su independencia de la sociología: el candidato libertario recoge el mismo apoyo en todas las clases sociales. Observar la pendiente nula del gráfico que muestra la relación entre sus votos y el origen social de sus votantes es un ejercicio hipnótico.
La geografía argentina también explicaba el voto mejor que la ideología, porque correlacionaba con la sociología. El no-peronismo ganaba en los centros urbanos y las zonas rurales más fértiles, mientras el peronismo ganaba en las periferias urbanas y en las provincias menos desarrolladas. El voto libertario respetó los dos grandes bastiones: el porteño del no-peronismo y el conurbano peronista: en ambos, Milei salió tercero. En cambio, arrasó en 16 de las otras 22 provincias, tanto desarrolladas (Córdoba) como pobres (La Rioja), autárquicas (Mendoza) como subsidiadas (Tierra del Fuego). El interior sublevado le propinó al Obelisco una tunda como no se veía desde 1820, cuando los caudillos del interior ataron sus caballos en los palenques de la Plaza de Mayo. Esta vez, a los porteños se los comió un león – también él porteño, pero enojado.
La última clave del voto es institucional. En las primarias, cinco provincias eligieron cargos locales además de nacionales: gobernadores e intendentes se votaban en la misma boleta o en la misma escuela. En esas provincias, Milei sacó 13 puntos porcentuales menos que en las otras 19. En contraste, el peronismo y el cambiemismo lograron entre 5 y 10 puntos porcentuales más. Donde había anclas locales, los partidos tradicionales resistieron; donde no, Milei voló. Su candidatura es personalísima, no colectiva. De ahí deriva su fuerza electoral y, si gana, su debilidad gubernamental.
 

¿Podrá gobernar?
En Europa predominan los regímenes parlamentarios y los sistemas multipartidarios. Cuando ningún partido tiene mayoría, necesita armar coaliciones legislativas para formar gobierno. En América predominan los regímenes presidencialistas, en los que el jefe de gobierno es unipersonal. Y sin embargo, cuando un país es multipartidista, su presidente también tiene que armar coaliciones. Aunque la duración de su mandato sea independiente del parlamento, necesita acuerdos para aprobar las leyes. A eso se llama “presidencialismo de coalición”.
El presidencialismo de coalición es necesario cuando el partido del presidente carece de mayoría legislativa. Si tuviera más del 50% de las bancas no precisaría coaliciones; si ni siquiera llega al 33%, necesita algo más que una coalición: tiene que formar un escudo legislativo, que aunque no apruebe leyes lo proteja del juicio político. Los presidentes en hiperminoría no enfrentan sólo la parálisis sino la destitución.
    El juicio político, como ha mostrado el politólogo argentino Aníbal Pérez Liñán, es la forma que asume la nueva inestabilidad política en América Latina ante la obsolescencia del golpe de estado. Desde finales del siglo XX, los presidentes latinoamericanos siguen cayendo seguido pero no son substituidos por militares sino por sus vicepresidentes. No es igual en todos lados, claro: Chile, Uruguay y México se comportan como relojitos a la hora de la elección y la sucesión. Pero Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Perú han sufrido varias interrupciones presidenciales, sea por juicio político o por renuncia anticipada. Los presidentes caen, las democracias quedan – y, como ha argumentado el politólogo noruego Leiv Marsteintredet, a veces se salvan gracias a la “parlamentarización” del mandato presidencial.
    Si las elecciones de octubre repiten el resultado de las primarias, Milei tendría unos 40 diputados sobre 257 y ocho senadores sobre 72. En otras palabras, no llegaría al tercio en ninguna cámara: sería un presidente hiperminoritario. La experiencia regional enseña dos cosas: que necesitará formar coaliciones para gobernar y que, si no lo hace, difícilmente completará su mandato. La popularidad de los presidentes latinoamericanos cae rápido en tiempos turbulentos, y las democracias han aprendido a flexibilizarse sin romperse. Por eso resulta pertinente observar la fórmula: la candidata a vice es Victoria Villarruel, una joven abogada que ha construido su carrera política en defensa de las víctimas de la guerrilla de izquierda, por contraposición a las de la represión estatal. Ello no la torna antidemocrática, pero la ha convertido en referente de las fuerzas conservadoras en general y de la “familia militar” en particular. La constitución nacional sugiere que le prestemos atención.
 

¿Qué haría Milei en el gobierno?
Más allá de discusiones folklóricas sobre la contaminación de los ríos, el tráfico de órganos y la venta de niños, la gran propuesta de Milei es la dolarización. Palabra emblema de la “libre competencia entre monedas”, sería acompañada por la clausura del Banco Central. Después de su victoria en las primarias, sin embargo, el ímpetu dolarizador ha menguado, y sus adláteres económicos proponen un programa gradual a desarrollarse durante décadas. De ahí que la oposición haya empezada a referirse al candidato como Javier Delay.
Existe en Argentina lo que se conoce como Teorema de Baglini. Esbozado en la década de 1980 por el diputado radical de ese nombre, el teorema afirma que el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder. Ante la posibilidad de tener que rendir cuentas, las propuestas más locas son pasadas por agua. Es temprano para saber si Milei será otro vasallo de Baglini, pero su cercanía creciente con jueces, empresarios y sindicalistas así lo sugiere. Un loco puede ganar una elección, pero hace falta algo de cordura para terminar un mandato.

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